El Frontero Juan de Saavedra, alcaide de Castellar y de Jimena |
En
el año 1436, el segundo conde de Niebla, Enrique de Guzmán, deseoso de emular a
su antecesor Guzmán el Bueno, para que fuese objeto de su gloria y se le recordase
como un gran conquistador, tenía la intención de arrebatar la poderosa plaza de
Gibraltar en manos de los granadinos. De camino pondría fin a las correrías de
los gibraltareños, que amenazaba la estabilidad de este sector.
En
Sevilla expuso a sus pares las ventajas que supondría para el Reino de Castilla
y la Cristiandad un logro de esa altura, para ello necesitaba contar con el
apoyo de caballeros, así como reclutando ballesteros y peones de Sevilla,
Córdoba, Écija, Jerez y toda Andalucía en general.
Dos
semanas más tarde, el Alcaide de la fortaleza de Ximena, Juan de Saavedra, recibiría la noticia del intento de
tomar Gibraltar con preocupación, porque Ximena era un lugar estratégico y
cercano al Estrecho. Los guardas y escuchas situados en la zona fronteriza traían
la noticia de la necesidad de tropa por parte del buen Conde de Niebla. Esperaba
el relevo de parte de la guarnición y temía que sus soldados dejarán la
fortaleza en busca de los maravedíes que les prometían.
El
Alcaide sabía que en ese momento se convertía en un territorio peligroso de
frontera que necesitaba un mínimo de pobladores para defenderla. Por ejemplo: los
homicianos esperaban su oportunidad, ya que eran reos condenados que recibían
el perdón de homicidios y otros delitos a aquellos que viviesen un año y un día
en alguna villa de la frontera de Granada. De ahí el dicho que todos conocían
en la guarnición: “Mata a un hombre y
vete a Olvera”, que tiene su origen por ser una de las primeras villa que
recibió ese privilegio un siglo antes.
Aunque
Saavedra tenía una preocupación añadida. Su hermana, con la que se encontraba
tan unido, había enviado a su hijo, Ocaña. El joven soñaba con ser un caballero,
sin embargo su madre lo enviaba a su hermano para que lo convirtiera en un
hombre sensato. Un joven apasionado que soñaba en emular las hazañas de su
padre, caballero al servicio de válido de Juan II, el condestable Álvaro de
Luna, que había perdido la vida cinco años antes en la batalla de Higueruela.
Un
joven inexperto e impetuoso en una villa cristiana que se adentraba en
territorio nazarí, en una zona valiosa, era un objetivo llamativo para las
flechas nazaríes. Las unidades granadinas estaban formadas por hombres astutos
y diligentes, diestro en el manejo del arco y que sabían poner las celadas en
los lugares que es de menester.
Y
lo que se temía, nada más verle correr desde la entrada de la fortificación en
su busca como un manojo de nervios… ya se había enterado de la noticia. ¿Qué podría
hacer?. A pesar el buen conde estaba reclutando un gran número de soldados, el alcaide, hombre avisado, sabía que sería una aventura arriesgada y que su
sobrino no estaba aún preparado. Así que cuando se acercó y le dijo:
—Tío,
perdón Sr. Alcaide, ¡tengo la ocasión de participar en una gran gesta!
Por
respuesta, su tío, con rostro serio, miró al cielo con desasosiego. En esas situaciones
que te ves favorecido, quiso la fortuna que Luis, un criado diestro con unas
dotes excepcionales, viniera a toda resolución a su encuentro. Como no,
perseguido por dos ballesteros de la guarnición.
—¡Mi
señor, mi señor, mi señor…!
Tras
poner orden, Saavedra supo que Luis había sustraído unos víveres y unos
pellejos de vino que los ballesteros de la guarnición habían guardado ocultos.
Después de reprender a sus dos hombres por tener víveres por su cuenta, les ordenó
que no tomaran ninguna represalia contra el criado bribón en tono severo. El
criado que esperaba una buena corrección quedó sorprendido. Luis que sabía más
que el hambre había comprendido, algo esperaba de él.
Saavedra era toda una leyenda y muy respetado, dos años antes, tras conocer
que Castellar tenía poca gente puso cerco a la villa, a pesar de la escasa
guarnición que contaba en Ximena, quedó esperando los refuerzos por parte del
Adelantado de la frontera Diego Gómez de Ribera y de esa forma brillante fue
conquistada esa importante posición. Juan II, en remuneración de los servicios
prestado, concedió a Saavedra la alcaidía de la villa, que compartió con
Ximena.
Al
alcaide miró al cielo agradeciendo a la fortuna y a su ingenio. Y dijo a su
sobrino, no sin cierto tono burlón:
—Sea
sobrino, podrás participar en tamaña gesta.
La
alegría de Ocaña era indescriptible, no obstante al momento se mudó en enfado.
Su tío solicitó a Luis que acercara una de las redomas de vino que había sustraído
a los ballesteros. Levanto su espada al cielo y por Castilla y el Rey Juan II
prometió que nombraría caballero a Ocaña, su sobrino, si pasaba unas pruebas
para demostrar su valía. Así que le ordenó que participara en la gesta con Luis
como escudero y que obedeciera a éste en todo lo que dispusieran.
A
Luis, un tremendo truhán, aunque de gran inteligencia y corazón, le hizo jurar
que protegería incluso con su vida al aprendiz de caballero. Saavedra, a pesar
de las tretas del buscavida admiraba la destreza que tenía para moverse en la
franja fronteriza y salir siempre bien parado en el cumplimiento de lo que le ordenaba.
Ocaña,
que quería emular a su padre, que a la cabeza de las huestes cristianas que
tenía a su mando, en la vega de Granada, había roto el frente nazarí, dejando
su vida y facilitando la victoria en Higueruela, se encontraba enfadado, porque
esperaba que le hubieran puestos lanceros y ballesteros a su mando para
participar en esa gran gesta. Aun así, respetaba a su tío como a un padre y lo
admiraba por sus acciones, así que le obedecería sin rechistar.
Así
que, después del juramento, lo que más le enfado a nuestro aprendiz de
caballero era la sonrisa maliciosa que se dibujó en la cara de tío y de su
escudero cuando cerraron el compromiso con un trago de vino. No podía entender
en ese momento que recordaría esa experiencia a lo largo de toda su vida,
porque con ella comenzaría a convertirse, no sólo en un caballero, también en
una persona sensata.
NOTA:
este relato consta de dos partes más, que se desarrollan en el verano de 1436,
entre Jimena, Castellar, Palmones y Gibraltar, espero que guste a quienes estén
interesados.
EL APRENDIZ DE CABALLERO II
EL APRENDIZ DE CABALLERO II
Genial. Me he sentido caballero del reino
ResponderEliminarmuchas gracias
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