Apolo
y su hermana Artemis, eran hijos de Zeus, el Rey que gobernaba a los dioses del Olimpo desde su enorme trono negro de mármol pulido de Egipto, y de una diosa menor
llamada Leto, siempre cubierta de un velo oscuro, cosa que no tenía nada de
extraño, teniendo en cuenta que era una divinidad de la noche.
La
verdad que no fue un parto fácil, en el buen sentido de la palabra. Ya que Hera,
la diosa Reina, como la que no estaba convencida, se convirtió en la rival de
Leto más acérrima. Hera tenía un enorme poder, y podía otorgar el don de la
profecía a cualquier persona o bestia que le apeteciese. Por ello contaba con
Pitón, una poderosa serpiente engendrada de la Madre Tierra, que había llegado
a servir a Tifón.
Zeus
buscó un lugar seguro para el parto, para ello recorrió Tracia, la Ática, las
islas de Eubea y otras islas del mar Egeo. Finalmente Leto encontró un lugar
propicio, en la isla de Ortigia. Heras de forma tenaz trató de impedir el
parto, enviando la poderosa Pitón contra Leto. Gracias a Posidón Leto quedo guarnecida
en una cueva de un acantilado, oculta por las olas que había creado el dios del
mar. A Pitón no le quedó más remedio que volverse a las boscosas laderas del
Parnaso renunciando a su presa.
Apolo
nació en la isla, además como sietemesino, aunque contaba con las atribuciones
de un dios, y esta cuestión, sin lugar a dudas, favorecía un rápido
crecimiento. Sin olvidar el tradicional papel de la familia, en su caso no fue
alimentado por leche materna, se procuró que estuviera a siempre su lado Temis,
que lo alimentó con néctar y ambrosía que acopiaba del mismísimo Olimpo. Tan
sorprendente era el crecimiento que ya en su cuarto día pidió un arco, que
Hefesto se encargó de fabricarle a su medida.
Hefesto,
el dios herrero, era tan débil al nacer, que Hera, su madre, decidió
desembarazarse de él y lo arrojó a los abruptos precipicio que van a parar a
las aguas del mar, Sin embargo cayó en el mismo mar y sobrevivió, ¡Sea la fortuna
reconocida!, porque a pesar de sus deformidades cobijaba un enorme talento en
sus manos.
Y el
pequeño Apolo, colmado de fuerza viril, de tan enriquecido néctar y ambrosía,
decidió acabar con Pitón enemiga de su madre, Lo que a priori pudiera aparecer
una fácil tarea, no lo fue tanto en la práctica. A pesar de contar con un fabuloso
arco y unas fabulosas flechas fabricada de las mismas manos de Hefesto.
No
ya por la agresividad y fuerza de Pitón, total eso que era para un dios hijo
del mismo Zeus, sino… cómo se diría hoy, por las cuestiones de transporte y de
diplomacia. Tanto es así que tuvo que atravesar Pieria, Eubea y Beocia, hasta
que llegó al valle de Crisa. Allí no tuvo más remedio y se dejó convencer por
las pérfidas palabras de la ninfa Teifusa, que no podía tolerar a la serpiente ni
al propio Apolo, aún así le indicó una hendidura en el Parnaso donde se
cobijaba Pitón.
Apolo
disparó sus poderosos tiros sobre el monstruo, que herido vagó por el monte
hasta que fue encontrado por el joven dios, que mientras le pisaba con el pie
le decía: “Púdrete donde ahora te encuentras”. El lugar donde pereció recibió
el nombre de Pitos y más tarde el de Delfos.
La
mismísima Madre Tierra se quejó a Zeus y Apolo por decisión propia se desterró
voluntariamente en Tesalia. Una vez cumplido su autocastigo sabía que Delfos
sería el lugar elegido para construirse su altar.
Apolo
fue creciendo como un arquero infalible, que tuvo entre sus hazañas derrotar a
los gigantes Efialtes y Oto. Llegó a enfrentarse al mismo Heracles y tuvo que
intervenir el padre de ambos, Zeus, para que ambos adversarios se reconciliaran. O algunas anécdotas, por un pobre juego de orgullo, que le sirvió de motivo para desollar vivo al sátiro Marsias, que
era un seguidor de la diosa Cibeles.
Como
dios de la música le acompañaban las musas, divinidades de las fuentes. Las
primeras tres musas, Melete, Mueme y Anide personificaban las tres cuerdas de
la lira.
Huelga
decir que eso favorecía las aventuras amorosas, pleno de juventud, fuerza y
gracia, su adorable música, todas caían en sus garras. No obstante, no siempre
fue afortunado en el amor. Porque continuamente fracasaba en el intento de
seducir a Dafne, la bella ninfa hija del rey Peneo. Tal llego a ser su obsesión
que trato de perseguirla y tomarla, aunque fuese a la fuerza. Cuando ya la
tenía a su alcance y Dafne sentía su contacto invocó a la venerable Gea, y en
ese momento la tierra se abrió ante sus pies y Dafne pasó a ser tierra. En el
mismo lugar nació un laurel, que se convirtió para siempre en la planta sagrada
para Apolo.
Y ahora
que estas deidades viven olvidadas de los humanos en el Olimpo, sin Facebook, sin
Tuenti, ni siguiera Whasapp, quisiera hacerles una advertencia a todos los
lectores, no sean que queden atrapados en las redes de este increíble y
apasionado dios.
Porque aunque vivan alejados del mundano ruido, Apolo sigue guardando esa eterna
juventud y todos sus encantos y cuando la tristeza le embarga por el amor que
nunca conoció, de su lira salen notas como suspiros llenos de heridas, que
llena su ojos de lágrimas que corren por su cuerpo y llegan a la tierra, hasta
los ríos y los arroyos y cuando los enamorados se prometen amor cerca de sus
cauces, hacen que sus lazos perduren a lo largo de toda sus vidas, dejando
llena de melancolía sus almas eternamente.
MITOS Y LEYENDAS CLÁSICOS
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