Imagen de Pepe Quirós, |
Robert Graves, en “Dioses y Héroes de la
Antigua Grecia”
Algunos de esos mitos se localizan en el sur de
la Península Ibérica. Como cuando Heracles llegó al extremo occidental del Mediterráneo
y se encontró que África y España aún estaban unidas y tuvo que separar las
costas abriendo un paso hacia el Atlántico con su colosal fuerza. Cada una de
las montañas que se divisan en cada una de las orillas del Estrecho hoy en día
se las conoce como “Las Columnas de Hércules”.
Este relato va dedicado al grupo de mujeres maravillosas y
potentes, que con su ceremonia permiten al público de las Jornadas habitar en
otras épocas y conocer acontecimientos de nuestro pasado, sin su determinación
y aliento… no sería posible iniciar el trayecto. ¡Va por ustedes!
EL REGALO DE BODAS DE HERA Y ZEUS
Los doce dioses más importantes de la Antigua
Grecia vivían en el monte del Olimpo. Si bien es cierto que despreciaba a todos
los dioses menores, mayor desprecio sentía por los mortales. Residían juntos en
un palacio protegido por murallas, construido por un ciclope de un solo ojo.
Los soberanos del Olimpo eran Hera y Zeus.
Hera, la diosa celeste, también conocida como Paternia, tenía plena
independencia de Zeus, era el prototipo divino de la mujer, diosa madre, cada
año se sumergía en las fuentes del Cánato, para recobrar su virginidad perdida, en
sus prodigiosas aguas.
Por su parte Zeus, padre del cielo, era capaz
de amenazar con sus terribles rayos, ya que tenía el poder de los cuerpos
celestes. El soberano paso por diversos casamientos antes de unirse con Hera. Y
eso que su madre, Rea, le prohibió casarse. Él la amenazó furiosamente con
violarla. Ella se convirtió en serpiente, cuestión que no amedrantó a su hijo,
que se convirtió en serpiente macho y cumplió su promesa.
Trecientos años estuvo Zeus tratando de
convencer a Hera para que se casara con él, siempre obtenía el “no” por
respuesta. Hasta que un día se transformó en un pequeño pájaro y pidió refugio
llamando a su ventana en una terrible tormenta que el mismo había creado con su
poder sobre los astros. Ella le dejó entrar, secó sus plumas, lo acarició y le
dijo: “Pobre pajarito, te quiero”. Zeus, de repente recobró su verdadera forma.
Desde ese momento Hera, como madre del cielo, se sintió obligada a dar ejemplo
y no rehusar su oferta de matrimonio.
La boda de Hera y Zeus se celebró en el Olimpo
y asistieron todos sus dioses, así como
los dioses menores, las ninfas, las
musas, los sátiros, etc., incluso acudieron las tres parcas, diosas tan
ancianas que nadie conocía su origen. Por supuesto no faltó la Quimera, bestia ceremonial
que tenía la cabeza de león, piel de cabra y cola de serpiente, que lanzaba
arcaicos hechizos afrodisiacos para fomentar la fertilidad.
El banquete resultó de los más interesante, los
centauros prepararon amanita muscaria para que los novios y comensales tuvieran
ardor imparable, embriagados de vino y
cerveza hechos de hiedra, alegrados con un vino tinto sobrenatural, en
realidad, una aguamiel morena y primitiva, y por supuesto quedaron extasiados
con los divinos néctares y ambrosías recolectados en el mismo Jardín de las Hespérides,
que nace de un regalo muy especial para los pretendientes.
Ahora, no vaya a creer ustedes que resultara un
matrimonio bien avenido, a pesar de tan fabuloso banquete. Incluso, porque con el
excepcional poder de ambos resultaran la pareja ideal para controlar a su
rebelde y pendenciera familia. Tal vez se debiera a la terrible historia de su
infancia y porque Zeus y Hera fuesen hermanos gemelos.
El rey Cronos, su padre, se había casado con su
hermana Rea, a la que estaba consagrada el roble. Pero la Madre Tierra y su
padre Urano, había profetizado que uno de sus hijos le destronaría. De esa
forma cada año engullía a uno de sus hijos, una de las primeras en nacer fue
Hestia, más tarde a Deméter, luego Hera, prontamente Hades y Poseidón.
Rea furiosa consiguió esconder a su tercer
hijo, Zeus, gemelo de Hera, en un monte donde las criaturas no proyectan su
sombra. Entregado a la Madre Tierra fue amantado por Amaltea, una ninfa-cabra. Cuando
alcanzó la edad viril, ayudado por su madre, envenenó a su padre Cronos que
escupió primero piedra y después a todos sus hermanos, que le ayudaron a
derrotar a los titanes y conquistar el trono.
Aunque todos los dioses y extraordinarios
personajes míticos presentaron sus regalos, para Hera el más singular de todo
fue el de la Madre Tierra, un árbol de manzanas de oro, del que Hera estaba tan
gozosa, que fue recogido en un hermoso jardín, guardada por las ninfas
Hespérides y custodiadas por el Ladón, un enérgico dragón que daba constantes
vueltas al árbol de las manzanas de oro y nunca dormía.
Sin olvidar que la divina ambrosía, alimento
básico de los Dioses del Olimpo, era recolectada en tan asombroso jardín. Ni
tampoco que aunque el jardín pertenecía a Hera, Atlante, padre de las ninfas
Hespérides, sentía por el jardín el orgullo de jardinero, por ello un día Temis le dijo a
Atlante: “Un día dentro de mucho tiempo, Titán, tu árbol será despojado de su
oro por un hijo de Zeus”. Tal vez fuera quién puso a Ladón a su guarda.
Ese hijo de Zeus no sería otro sino Heracles,
inmensamente fuerte, su madre, Almecna, una princesa de Tebas. Se sabe que
desde el mismo dia de su nacimiento, ya estaban contados los días del dragón guardián.
Aún no ha llegado ese momento...
La belleza de Hera resultaba aún más
resplandeciente en su jardín y cuando untaba su piel con aceites fabricados en
aquel lugar, el aroma de la diosa cautivaba a todos los animales. Allí era donde componía de forma más hermosa sus trenzas con broches de oro y se rodeaba del aire modulado por las ninfas Hespérides
vestidas de distintos colores. Todos ellos confeccionados por Atenea, diosa de la sabiduría,
que sabía más que nadie de tejeduría y sobre las manualidades, enseñando al
mismo Hefesto a manejar sus herramientas.
En un lugar perdido en el tiempo y el espacio…
las Hespérides aguardan que la fortuna sea agraciada Ya no tardarán en recibir
la visita de las sacerdotisas de una extraña tierra. Sacerdotisas que rinden
culto a la dueña del espíritu de los caballos, diosa de la fertilidad y reina
durante la primavera. Las Hespérides temen a Ladón, ¡Viajeros! ya en el aire se envuelven
las esencias de otros tiempos.
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