En la noche de los muertos, los espíritus
recorren los hogares con hambre y con sed, ¿puede alguien tan incauto olvidarse
de alimentarlos para aplacar su voracidad? ¡Oh pobre de mí! Escribano que existo
para avivar las antiguas creencias, sólo espero que el relato no te haga temer
y te sientas perseguido por las almas errantes…
La ofrenda
a los manes silenciosos.
Érase una antigua ciudad llamada Oba, donde
residía Aulus Publicius Lepidus, el más astuto en las finanzas, con fama de avaro,
invirtió en un terreno cercano con unas plantaciones de cepas y cultivo de vid.
Sus viñedos, arrebatados de efluvios de
dos océanos, en el extremo sur de la Bética, alcanzaron tal notoriedad, que sus
caldos incluso fueron servidos en la misma Roma.
Esperaba la llegada de la noche para hacer ofrendas a los espíritus silenciosos,
llamados manes, purificando su hogar y sus antepasados muertos, así como las
ánimas de todos aquellos a los que arruinó. De tal condición estaba hecho, que
era el único día que dejaba la moderación, regalando un copioso banquete a los
espíritus en el Lararium, sala dedicada a las ofrendas a dioses y manes.
Al día siguiente todos los manjares debían ser
enterrados en honor a los difuntos. Para de nuevo volver a la tediosa frugalidad
que reinaba en su domus.
Aunque Aulus andaba preocupado, más bien
escamado o tal vez ambas cosas, tenía que cumplir sus obligaciones con los
viejos ritos, pero su mujer, la joven y hermosa Nigra, tenía otros planes. Ella
no era consciente que había que limitar el mundo terreno a los muertos, lleno
de sombras que hieren con dagas afiladas.
Así, cada año, en la Lemuria nocturna, se
repetía la misma ceremonia. Con las manos lavadas en una fuente pura libre de
impureza, hacía que esa noche su domus quedara vacía y andando hacía atrás
arrojaba unas habas negras hacia su espalda, hasta 9 y decía cada vez que
lanzaba una de ellas: “Yo arrojo estas
habas, con ellas me salvo yo y los míos”.
De nuevo estaba preparado para rogar por la
salida de las sombras de su hogar, sus mejores vinos y los manjares, sus manos
limpias y las habas negras. Aunque Nigra, no sin cierto desdén, tenía un plan
preparado para burlar a su esposo junto a Mario, su joven y apasionado amante,
que tendría unas asombrosas consecuencias como les iré relatando.
Así que Nigra, con su tersa y exótica piel de
azabache, supo cautivar al joven esclavo Mario, que no temía ni siquiera los castigos
de su amo. Y siguiendo las órdenes de la dueña de sus sueños ¡pobre infeliz!,
se ocultó con un caldero de cobre y un mazo en la Cella penuaria (despensa). “Encima”,
si ya de por sí el ingenuo se la jugaba ante las aterradoras sombras de los
espíritus, estaba rodeado de vasijas de aceite y de vino. Más bien de muy buen
vino.
Mientras se hacía eterna la larga espera, con
toda su atención puesta en la llegada de su amo con las habas negras y las
manos limpias, Nigra esperaba en el exterior, y Mario, incitando por el temor a
los lémures y su curiosidad, comenzó a probar vasija a vasija, una tras otra.
Cuando era vino, el vino entraba en abundancia
en su garganta. Cuando era aceite lo arrojaba con rapidez, en definitiva
mientras más ebrio se encontraba, más cubierto de aceite estaba. De tal forma
que con su estómago lleno, su diafragma comenzó a presionar sus pulmones y le
sobrevino un enorme hipo que llegaban a retumbar en las paredes del habitáculo.
En esa situación entró en la casa su amo,
Aulus. Y el desventurado Mario tenía que hacer un enorme esfuerzo para aguantar
su hipo. Cuando Aulus comenzó a caminar hacia atrás y tira la primera haba, al
pronunciar las frases: Yo arrojo estas
habas, con ellas me salvo yo y los míos”. Al unísono Mario golpeaba con
fuerza el caldero y no podía aguantar que con toda su alma saliera una enorme “hipada”.
El sudor corría por todo el cuerpo de Aulus, se
estremecía pensando que este año era especialmente perversos los espíritus.
Ante la segunda haba y pronunciaba la frase le llegaron a temblar las piernas.
Y cuando hizo el intento de hacer el tercer lanzamiento, sin llegar a
efectuarlo, como si a Mario le hubiesen informado las ánimas, dio un severo golpe
al caldero y su hipo retumbó con bestial fuerza, Aulus corrió despavorido
huyendo de su domus.
Oculta fuera, cuando vio alejarse a su señor,
Nigra se dirigió al interior de su hogar en busca de su amante y del espléndido
banquete que se había preparado para los espíritus. Fuese por los efectos del
vino o por el aceite que cubría todo su cuerpo, que Mario al correr en búsqueda
de su amante en dirección al Peristilum, resbaló con tan mala suerte, que su
nuca se golpeó en los adornos de mármol del estanque. Quedando muerto al
instante.
Si bien es cierto no era una cuestión de mala
suerte, había sido un temerario atreviéndose a jugársela a las sombras
escurridizas que cabalgan en esa noche. Por ello, colmada de tristeza, la joven
Nigra buscó en sus estancias una mágica daga que hundió su pecho junto al
cuerpo de Mario.
Aulus tras pasar buena parte de la noche
corriendo como un alma errante, decidió desandar lo recorrido, aunque como
estaba aterrado tuvo la suerte de encontrar las tres esclavas más hermosas que
tenía, que le acompañaron hasta su hogar.
Cuando encontraron a los amantes muertos en el
Peristilium fue consciente de lo ocurrido. Así que se fue bien acompañado hacia
el Lararium donde se encontraba el excepcional banquete. Comprendió como había muchos manjares afrodisiacos, que habían sido
elegidos por Nigra, como las manzanas, ostras, orquídeas, almendras o trufas.
Así que olvidando su frugalidad y avaricia, “el
pobre”, se extasió de sus mejores vinos, de esos manjares afrodisiacos y de las
bellas mujeres, hasta que su corazón no resistió el esfuerzo, eso sí, todo hay
que decirlo, se lo llevaron las ánimas con una enorme sonrisa en sus labios.
Al finalizar la noche los espíritus se habían
colmado con tres nuevas incorporaciones y con las primeras luces del alba
fueron desapareciendo como una ligera sombra.
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