Hacía
muy poco que había sonado el despertador de su móvil y Antonio seguía en su
cama pensativo. Una hora antes, cuando su madre se marchaba a trabajar y se
acercó a su habitación para abrigarlo y darle un beso con ternura, tuvo que
pasar por dormido.
Ya sentía
su padre en la cocina, preparando su desayuno y un pequeño bocadillo para el
recreo. Sabía que sus padres llevaban unos días muy preocupados por él.
Es que no era el de siempre, huraño y triste, como el que lleva un losa pesada encima No obstante, aunque los quería con todo su corazón, tenía que entender
que hay cosas que las tiene que resolver uno mismo por su cuenta
Así
que cuando cogió la mochila y el paraguas, tuvo que rogarle a su padre para que
le dejara marcha andando al Instituto, que se despidió de su hijo con un beso y un profundo desasosiego.
La
llovizna era débil y continua, no por ello quiso abrir su paraguas. Las gotas
resbalaban por su frente, estaba tan absorto en sus reflexiones que ni siquiera
las notaba. No tenía las más mínimas ganas de entrar a las clases y las lágrimas
empezaron a correr por su cara y se desdibujaban con la lluvia.
Cuando
llegó al centro espero en una zona que no estaba techada, le calmaba tanto las
gotas de agua. Cuando sonó el timbre marchó para su clase, estaba la puerta
cerrada, no había llegado la profesora y era el primero esperando en la
puerta.
Entonces vio llegar al grupo que llevaba unos días que
no paraban de reírse de él y de acosarle. Y uno de ellos le dijo. “tú maricón
ponte atrás…”, que provocó la sonrisa de todos. Antonio se puso atrás y
entonces vio llegar a su amiga Ana… su
cara cambio de repente, las cosas volvían al sitio que le corresponden.
Ana con sus
ojos grandes y castaños clavados en los de Antonio, supo leer la situación sin
que hubiesen hecho falta palabras. Y de manera torpe y desordenada como era
ella, cualidades que tanto le gustaban a su amigo, buscó en su mochila su
cuaderno de dibujo y abriendo una de las páginas que contenía un hermoso dibujo
de una playa hasta el horizonte y le dijo:
— Antonio,
en la hora libre le vamos a dar un cambio a nuestra playa, le vamos añadir un sol redondo en el horizonte.
Antonio
y Ana se entendían como esos amigos que se transmiten sentimientos con las
miradas sin más, le contestó:
— ¿Y
lo pintaremos de color amarillo? ¿Puede ser el rojo del atardecer?
Y
Ana sonriendo:
— En
los mapas del cielo el sol NO es siempre amarillo
Y... con la misma sonrisa:
— Entonces,
lo pintaremos con el color del arco iris
Ambos
se fundieron en un abrazo, de dos amigos que se quieren de verdad y fuese como si
hubiesen detenido el tiempo. Antonio sabía que sólo le quedaba acabar en este
curso de la Secundaria y los dos años de Bachillerato. Y volaría, porque tenía un
hambre de conocimientos que se fundía en su propia alma.
No
iba a renunciar a conocer su cuerpo ni de entregarse a aquellos a quienes
amaría. No dejaría de tratar de conocerse a sí mismo sin que ningún obstáculo
pudiese pararlo. Y ahora que tenía de
nuevo a Ana a su lado, las barreras y las palabras que buscan herir que fácil
le resultaba tratarlas con absoluta indiferencia
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