Las ciudades de Úbeda y Baeza, declaradas Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 2003, están llenas del embrujo de la historia, con numerosas iglesias, palacios, calles estrechas y anchas plazas rodeadas de un verdadero mar de olivos y una excelente gastronomía. Llama la atención que, a pesar de su formidable patrimonio, la forma con que rinden homenaje con orgullo al poeta que fuera su vecino desde el año 1912 hasta el 1919.
Estas ciudades son reconocidas como el mayor exponente del Renacimiento español, el retorno de lo clásico, tras el oscuro periodo de la Edad Media. La prueba de ello es el palacio renacentista más hermoso de nuestro país, el palacio de Jabalquinto de Baeza, que fue ordenado construir nada menos que por un primo de Fernando el Católico, Alfonso de Benavides. Con una maravillosa fachada esculpida con escenas eróticas, con mujeres y hombres masturbándose los unos a los otros, entre otras cosas.
Antonio Machado acababa de enviudar y deja su querida Soria embargado de tristeza y de melancolía. Solicita la única plaza que había disponible, la cátedra de francés en el Instituto la Santísima Trinidad de Baeza, un edificio renacentista de 1538, animado porque el director del instituto era su amigo de la infancia, Leopoldo Urquía.
Aunque de entrada no fue de la mejor manera, su primer desencuentro se produce cuando su tren llega a la Estación Linares-Baeza, a 16 kilómetros de Baeza, y tiene que desplazarse hasta la ciudad; la segunda, cuando llega al instituto y el ordenanza le dice que el director, amigo de Machado, está en la agonía. Su rostro pálido se relaja cuando el ordenanza le cuenta que en Baeza llamaban al casino “La agonía”, un lugar de tomar vinos y tapas, ya que los labradores oriundos de la zona que acudían siempre estaban quejándose de las cosechas o del clima.
En el lugar se le llama “ligar”, no que estuviese en la agonía y ligando; me refiero en el buen sentido de la palabra, porque a ligar se le llama irse de vinos y tapas, una buena costumbre. Si van por la zona, quédense con una referencia en Úbeda en su itinerario, acérquense al sitio donde nació el maestro Sabina, en la plaza “Primero de Mayo”, en “La Tasca”. Nos llamó la atención porque no era un sitio turístico; los ubetenses se sentaban en las mesas y, sin mediar palabra, el dueño les ponía su correspondiente vino o cerveza, a cada uno en su caso, con su tapa. Fue todo un acierto “ligar” en la plaza del maestro; muy recomendable.
Ya en Baeza, el instituto conserva el aula donde ejerció el poeta, con sus viejos pupitres y debajo de la mesa del maestro: el brasero (en Jimena de la Frontera llamado la “piconá”). Si lo visitas en un final de noviembre lluvioso, parece que resuenan sus versos: “Una tarde parda y fría de invierno. Los colegiales estudian. Monotomía de lluvia tras los cristales”.
Sus alumnos le conocían como “Manchado”, porque siempre iba con traje negro con manchas y descuidado. Una curiosidad la vemos en la fotografía con los profesores del instituto; miren los zapatos y cuando vean los zapatos más polvorientos, levanten la mirada que encontrarán el reconocible rostro de Antonio Machado.
Tenía fama de ser un profesor benévolo con sus alumnos, que nos hace rememorar su autobiografía, porque Antonio se considera un hombre bueno. Tanto es así que solamente suspendió a un alumno en sus siete años de profesor en Baeza. Acostumbraba a ocupar un lateral en los tribunales de calificación, aunque por méritos tuvieran que ocupar el central, y en voz baja “soplaba” y “ayudaba” a los alumnos cuando tenían dificultades. Un alumno díscolo se le ocurrió ponerse en el centro del tribunal, para su calificación en literatura; no contestaba ni una, y en su afán por salvarlo, nuestro universal poeta andaluz le dijo:
¿Quiere decirnos algo usted sobre Cervantes?
A lo que el alumno, ni corto ni perezoso, contestó:
No me suena
Por lo que no tuvo más remedio que ponerle un suspenso.
Antonio Machado publica, recién llegado a Baeza, una de las obras cumbres de la poesía: “Campos de Castilla”; acababa de morir su joven esposa, Leonor, la única mujer que amaría en toda su vida y abandona su amada Soria. A su llegada, con 37 años, escribe:
Por estos campos de la tierra mía,
Bordado de olivares polvorientos,
Voy caminando solo,
Triste, cansado, pensativo y viejo.






Excelente artículo. Sencillo y pedagógico a la vez. Gracias
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