Texto incluido en el Libro de Feria de Agosto de Jimena de la Frontera de 2019
En el mes de más calor de
todo el año, cuando la tierra se ara y se deja reposar para la
próxima siembra, mi viejo cuerpo trata de descansar en las estancias
mejor preparadas para el verano. En sus paredes, para mi goce, quedo
siempre fascinado con el mosaico de los cuerpos de una mujer y un
hombre desnudos, con un cuenco de agua compartido en sus manos para
calmar su sed.
Mi nombre, Lucio Herennio
Herenniano, mi vida, cercana a su final. Mi pequeña ciudad, OBA,
el lugar que más quiero, ubicado en el extremo sur de la Baetica.
Me enorgullece de mi larga
vida, haber servido a nuestro emperador, Marco Aurelio, que junto a
sus predecesores, Nerva, Trajano, Adriano y Antonino Pío, han
propiciado el periodo de máxima dicha y prosperidad para los romanos
en toda su historia.
Ahora mi viejo corazón late
con mayor lentitud, por ello tras esa comida frugal, llamada
meridiato,
en la hora del mediodía o sexta
hora, cuando
el sol azuza con más ímpetu, suelo descansar con los pies descalzos
y con una mano puesta en los ojos, como hacía nuestro primer
emperador, Augusto.
Augusto el Divino, quien da
nombre a este sextilis
mes, ya que fue en esos días cuando comenzó su primer consulado.
Asimismo, en este mes Egipto fue sometido al poder del pueblo romano
y se puso fin a las guerras civiles, trayendo la deseada paz. Por
estas razones, ha sido un mes feliz para el Imperio, por lo tanto, el
Senado tuvo a bien que se llamara agosto en su honor.
Pronto llegarán los ecos de
los festejos en el foro,
en los idus,
a mediados de mes, cuando comenzará el festival de Diana, diosa de
la luz y señora de los bosques y montañas, diosa romana de la caza
y protectora de los cazadores. Diosa especialmente venerada por las
mujeres, las clases bajas de la ciudad y por los esclavos.
Las mujeres de OBA
ya preparan concienzudamente los ofrecimientos a la diosa y cada una
de ellas se prepara y engalana su pelo de una forma muy especial. Mi
sincero amor por su forma de hacer me hace evocar pasajes de mi vida,
como si los viviera en ese mismo momento.
Llegan en mi mente recuerdos
de mi estancia en Roma y vuelvo a revivir el día que me encontraba
en el Coliseo, el más grandioso y elaborado de todos los
anfiteatros. A pesar de que Marco Aurelio no era partidario de los
juegos gladiatorios, nunca se planteó abolirlos, pues hubiera sido
nefasto para la economía, no sólo por ser un entretenimiento para
el pueblo, sino por los impuestos y los ingresos que generan.
En ese día el público hacía
un ruido ensordecedor y se encontraba muy agitado. Se había colocado
una plataforma central y el gentío se había situado debajo de ella
en la misma arena. Comenzaba el combate de dos mujeres adiestradas
para el arte de la lucha gladiadora.
Cada una de ellas llevaba
vestimentas similares a los gladiadores, en este caso, ambas lo
hacían como tracios. Ello suponía una alteración a la normalidad,
ya que lo usual era el enfrentamiento de distintos tipos de
gladiadores en cada desafío. Aunque nos encontrábamos en una
situación muy especial, pues simulaban el combate mitológico entre
Aquiles y la amazona Pentesilea, hija de Ares y tracia de origen, en
la Guerra de Troya, donde lucharon con similares armas.
Ambas con protecciones en la
media espinilla, llamadas ocreas,
con un subligacalum,
o pequeño pantalón, un pequeño escudo en un brazo y en el brazo
que empuñaban sus dagas, se protegían con manicas. Las dos iban con
sus torsos desnudos, lo que provocaba el deleite del público
masculino, que quería ver sus rostros y sus pechos descubiertos.
En una sociedad tan recatada
para la mujer en lo público, cubiertas de arriba abajo con la stola,
no podía dejar de sorprenderme y entendía la agitación que
avivaba. Sin embargo, es cierto que también provocaba otro efecto en
buena parte del público, porque se contemplaba cómo la mujer
conquistaba espacios que le habían sido vetados.
Me dejó gratamente
impresionado la excelencia en su técnica y el rigor expuesto, muy
centradas en la competición, mostrando verdadero coraje. Resultaba
tan curioso que no usaran yelmo, ni ninguna otra protección en la
cabeza, a pesar de su bravura. Lo que hacía enfatizar su pelo,
hermosamente adornado, que me llevaba a admirar su belleza y hacía
que sintiera en esos momentos que el tiempo se detenía. Con esos
recuerdos que me aluden a la mujer de OBA
y perturban a este anciano, mis sentidos se confunden.
Y entiendo lo que me ocurre,
porque me llegan los efluvios del incienso quemado desde el Lararium
de mi hogar,
mi fiel criado cumple mis órdenes, pues nunca dejo en el olvido, que
en cada uno de los idus,
de cada uno de los meses, debo agradecer con ofrendas a Júpiter, no
sea que provoque su ira y me castigue con sus rayos en los últimos
días de vida que ya me quedan. Por ello no quiero perder la
oportunidad de sentir de nuevo los festejos de OBA
en estos idus
de agosto, apreciando la magia y la belleza de sus mujeres.
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