martes, 24 de marzo de 2020

EN LOS IDUS DE AGOSTO


Texto incluido en el Libro de Feria de Agosto de Jimena de la Frontera de 2019

En el mes de más calor de todo el año, cuando la tierra se ara y se deja reposar para la próxima siembra, mi viejo cuerpo trata de descansar en las estancias mejor preparadas para el verano. En sus paredes, para mi goce, quedo siempre fascinado con el mosaico de los cuerpos de una mujer y un hombre desnudos, con un cuenco de agua compartido en sus manos para calmar su sed.
Mi nombre, Lucio Herennio Herenniano, mi vida, cercana a su final. Mi pequeña ciudad, OBA, el lugar que más quiero, ubicado en el extremo sur de la Baetica.
Me enorgullece de mi larga vida, haber servido a nuestro emperador, Marco Aurelio, que junto a sus predecesores, Nerva, Trajano, Adriano y Antonino Pío, han propiciado el periodo de máxima dicha y prosperidad para los romanos en toda su historia.
Ahora mi viejo corazón late con mayor lentitud, por ello tras esa comida frugal, llamada meridiato, en la hora del mediodía o sexta hora, cuando el sol azuza con más ímpetu, suelo descansar con los pies descalzos y con una mano puesta en los ojos, como hacía nuestro primer emperador, Augusto.
Augusto el Divino, quien da nombre a este sextilis mes, ya que fue en esos días cuando comenzó su primer consulado. Asimismo, en este mes Egipto fue sometido al poder del pueblo romano y se puso fin a las guerras civiles, trayendo la deseada paz. Por estas razones, ha sido un mes feliz para el Imperio, por lo tanto, el Senado tuvo a bien que se llamara agosto en su honor.
Pronto llegarán los ecos de los festejos en el foro, en los idus, a mediados de mes, cuando comenzará el festival de Diana, diosa de la luz y señora de los bosques y montañas, diosa romana de la caza y protectora de los cazadores. Diosa especialmente venerada por las mujeres, las clases bajas de la ciudad y por los esclavos.
Las mujeres de OBA ya preparan concienzudamente los ofrecimientos a la diosa y cada una de ellas se prepara y engalana su pelo de una forma muy especial. Mi sincero amor por su forma de hacer me hace evocar pasajes de mi vida, como si los viviera en ese mismo momento.
Llegan en mi mente recuerdos de mi estancia en Roma y vuelvo a revivir el día que me encontraba en el Coliseo, el más grandioso y elaborado de todos los anfiteatros. A pesar de que Marco Aurelio no era partidario de los juegos gladiatorios, nunca se planteó abolirlos, pues hubiera sido nefasto para la economía, no sólo por ser un entretenimiento para el pueblo, sino por los impuestos y los ingresos que generan.
En ese día el público hacía un ruido ensordecedor y se encontraba muy agitado. Se había colocado una plataforma central y el gentío se había situado debajo de ella en la misma arena. Comenzaba el combate de dos mujeres adiestradas para el arte de la lucha gladiadora.
Cada una de ellas llevaba vestimentas similares a los gladiadores, en este caso, ambas lo hacían como tracios. Ello suponía una alteración a la normalidad, ya que lo usual era el enfrentamiento de distintos tipos de gladiadores en cada desafío. Aunque nos encontrábamos en una situación muy especial, pues simulaban el combate mitológico entre Aquiles y la amazona Pentesilea, hija de Ares y tracia de origen, en la Guerra de Troya, donde lucharon con similares armas.
Ambas con protecciones en la media espinilla, llamadas ocreas, con un subligacalum, o pequeño pantalón, un pequeño escudo en un brazo y en el brazo que empuñaban sus dagas, se protegían con manicas. Las dos iban con sus torsos desnudos, lo que provocaba el deleite del público masculino, que quería ver sus rostros y sus pechos descubiertos.
En una sociedad tan recatada para la mujer en lo público, cubiertas de arriba abajo con la stola, no podía dejar de sorprenderme y entendía la agitación que avivaba. Sin embargo, es cierto que también provocaba otro efecto en buena parte del público, porque se contemplaba cómo la mujer conquistaba espacios que le habían sido vetados.
Me dejó gratamente impresionado la excelencia en su técnica y el rigor expuesto, muy centradas en la competición, mostrando verdadero coraje. Resultaba tan curioso que no usaran yelmo, ni ninguna otra protección en la cabeza, a pesar de su bravura. Lo que hacía enfatizar su pelo, hermosamente adornado, que me llevaba a admirar su belleza y hacía que sintiera en esos momentos que el tiempo se detenía. Con esos recuerdos que me aluden a la mujer de OBA y perturban a este anciano, mis sentidos se confunden.
Y entiendo lo que me ocurre, porque me llegan los efluvios del incienso quemado desde el Lararium de mi hogar, mi fiel criado cumple mis órdenes, pues nunca dejo en el olvido, que en cada uno de los idus, de cada uno de los meses, debo agradecer con ofrendas a Júpiter, no sea que provoque su ira y me castigue con sus rayos en los últimos días de vida que ya me quedan. Por ello no quiero perder la oportunidad de sentir de nuevo los festejos de OBA en estos idus de agosto, apreciando la magia y la belleza de sus mujeres.


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