En la frontera de la mitad del siglo
XV, Castilla estaba envuelta en guerras
internas, los nazaríes no aceptaban en ese momento las treguas propuestas. Las
órdenes de Muhammad el Chiquito, yerno y mano derecha del viejo Emir al-Aysar, no dejaba lugar a
dudas, era el momento de recuperar lo perdido y sus ejércitos se encontraban
preparados para ello.
Abdel Karim dirigía su unidad de caballería ligera, se encontraban en territorio
fronterizo, con la intención de que la razzia le proporcionará botín y
cautivos. Servía a Ibrahim b. Muhammad al-Qabsani, al-Qaid de Ronda, prestando continuos quebraderos de cabeza en
la frontera septentrional del reino con sus intensas cabalgadas.
Sus jinetes llevaban cascos tipo capacete de color dorado, enrollado en
ellos un turbante de color verde, que le daba una vuelta al cuello. En general todos vestidos con prendas y escudo
ligero, sacrificando la protección por mayor libertad en el combate. Sin que
por ello dejaran de lucir un tipo de cota de malla de mangas cortas.
Portaba en la cintura las jinetas y las dagas de oreja, cada uno de ellos
con sus arcos compuestos y las aljabas para las flechas.
Jairy no dejaba de mirar con disimulo a Faris, de nuevo el recuerdo de la
noche anterior, cuando no puedes dormir porque los labios buscan a otros labios
a los que amas. Abdel Karim conocía su relación, no le importaba eran dos de
sus mejores jinetes, que no dudarían ni un solo momento en entregar su vida por
Granada. Creía con firmeza que dos hombres pudiera amarse no estaba reprobado por
la Ley de Dios si desempeñaban sus deberes con su pueblo con honestidad.
Cabalgaban en un terreno quebrado, en el monte que era en ese momento
territorio cristiano, entre Ximena y Alcalá. La Garganta paralela al sendero,
con una exuberante vegetación de quejigos cargados de musgos, aportaba frescor
y el intenso murmullo del agua una cierta tranquilidad.
Tras una curva cerrada en el sendero, solamente Faris percibió intranquilidad
en su caballo, que le hizo adelantarse a su naqib y a los compañeros de su
unidad. Su intuición le costaría la vida, también salvaría a todos sus camaradas
y a Jairy, su amado.
La celada estaba preparada, el adalid Martín Ferrades había situado a sus
hombres a uno y otro lado del sendero
con las ballestas cargadas y preparadas. La actuación de Faris, descubriendo
su argucia, había desbaratado su plan, de modo que sus almogáraves lanzaron
los virotes de ballestas provocando la muerte de Faris y otros dos jinetes de
su unidad.
Abdel Karim y el resto de jinete emprendieron la huída, retomando el camino
que había recorrido. Jairy había visto caer a su amado y su corazón había
quedado roto.
Martín Ferrades ordenó a sus hombres que buscarán sus caballos para
perseguir a los nazaríes, sabía que estarían cansados. Podrían capturarlos y
acabar con ellos, los regidores de Xerez le habían encomendado esa misión,
acabar con esa unidad que tanto daño estaba causando en la franja cristiana.
Los jinetes nazaríes se jugaban la vida en la huida en esa garganta de
frondosa vegetación. De repente Jairy retuvo su caballo y se detuvo en con la
vista puesta hacía donde debía de aparecer los cristianos. Abdel Karim ordenó a
sus jinetes que esperasen, se acercó a Jairy, extendió su mano sobre su hombro
y mantuvieron su mirada fija el uno al otro en un breve momento.
El naqib había comprendido, así que dejó a su jinete y se alejó a galope del
lugar con su unidad. Jairy extendió y plegó sus rodillas, con el arco compuesto
en posición vertical y listo para el disparo. Tan sólo una flecha, no tendría
más oportunidades, sería arrollado sin piedad. Su intención era acabar con el adalid que lideraba a sus perseguidores, lo que provocarían el desorden en
sus enemigos y el tiempo suficiente para que su naqib y sus camaradas pudieran
huir.
El recuerdo de Faris, era como si los sueños se hubiesen vestido de luto,
era como si su corazón ya no quisiera obedecerle, realmente era como si se sintiera olvidado
por su dios. ¿Cómo no sucumbir a los recuerdos que le quemaban por dentro?, si era como si el torso de su amado estuviera al alcance de su mano.
Cada
vez más cerca se sentía aproximar al enemigo, así que con su garganta seca, con
lágrimas en sus ojos, fue tensando el arco con determinación, se preparaba para el
disparo certero, ya vislumbraba sus figuras, ya sentía la cabalgadura acercarse…
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