lunes, 13 de marzo de 2017

El al-Qaid de Ronda: los jinetes que se amaban.


 En la frontera de la mitad del siglo XV,  Castilla estaba envuelta en guerras internas, los nazaríes no aceptaban en ese momento las treguas propuestas. Las órdenes de Muhammad el Chiquito,  yerno y mano derecha del viejo Emir al-Aysar, no dejaba lugar a dudas, era el momento de recuperar lo perdido y sus ejércitos se encontraban preparados para ello.

Abdel Karim dirigía su unidad de caballería ligera, se encontraban en territorio fronterizo, con la intención de que la razzia le proporcionará botín y cautivos. Servía a Ibrahim b. Muhammad al-Qabsani, al-Qaid de Ronda,  prestando continuos quebraderos de cabeza en la frontera septentrional del reino con sus intensas cabalgadas.


Sus jinetes llevaban cascos tipo capacete de color dorado, enrollado en ellos un turbante de color verde, que le daba una vuelta al cuello.  En general todos vestidos con prendas y escudo ligero, sacrificando la protección por mayor libertad en el combate. Sin que por ello dejaran de lucir un tipo de cota de malla de mangas cortas.

Portaba en la cintura las jinetas y las dagas de oreja, cada uno de ellos con sus arcos compuestos y las aljabas para las flechas.

Jairy no dejaba de mirar con disimulo a Faris, de nuevo el recuerdo de la noche anterior, cuando no puedes dormir porque los labios buscan a otros labios a los que amas. Abdel Karim conocía su relación, no le importaba eran dos de sus mejores jinetes, que no dudarían ni un solo momento en entregar su vida por Granada. Creía con firmeza que dos hombres pudiera amarse no estaba reprobado por la Ley de Dios si desempeñaban sus deberes con su pueblo con honestidad.

Cabalgaban en un terreno quebrado, en el monte que era en ese momento territorio cristiano, entre Ximena y Alcalá. La Garganta paralela al sendero, con una exuberante vegetación de quejigos cargados de musgos, aportaba frescor y el intenso murmullo del agua una cierta tranquilidad.

Tras una curva cerrada en el sendero, solamente Faris percibió intranquilidad en su caballo, que le hizo adelantarse a su naqib y a los compañeros de su unidad. Su intuición le costaría la vida, también salvaría a todos sus camaradas y a Jairy, su amado.

La celada estaba preparada, el adalid Martín Ferrades había situado a sus hombres a  uno y otro lado del sendero con las ballestas cargadas y preparadas. La actuación de Faris, descubriendo su argucia, había desbaratado su plan, de modo que sus almogáraves lanzaron los virotes de ballestas provocando la muerte de Faris y otros dos jinetes de su unidad.

Abdel Karim y el resto de jinete emprendieron la huída, retomando el camino que había recorrido. Jairy había visto caer a su amado y su corazón había quedado roto.

Martín Ferrades ordenó a sus hombres que buscarán sus caballos para perseguir a los nazaríes, sabía que estarían cansados. Podrían capturarlos y acabar con ellos, los regidores de Xerez le habían encomendado esa misión, acabar con esa unidad que tanto daño estaba causando en la franja cristiana.

Los jinetes nazaríes se jugaban la vida en la huida en esa garganta de frondosa vegetación. De repente Jairy retuvo su caballo y se detuvo en con la vista puesta hacía donde debía de aparecer los cristianos. Abdel Karim ordenó a sus jinetes que esperasen, se acercó a Jairy, extendió su mano sobre su hombro y mantuvieron su mirada fija el uno al otro en un breve momento.

El naqib había comprendido, así que dejó a su jinete y se alejó a galope del lugar con su unidad. Jairy extendió y plegó sus rodillas, con el arco compuesto en posición vertical y listo para el disparo. Tan sólo una flecha, no tendría más oportunidades, sería arrollado sin piedad. Su intención era acabar con el adalid que lideraba a sus perseguidores, lo que provocarían el desorden en sus enemigos y el tiempo suficiente para que su naqib y sus camaradas pudieran huir.


El recuerdo de Faris, era como si los sueños se hubiesen vestido de luto, era como si su corazón ya no quisiera obedecerle, realmente  era como si se sintiera olvidado por su dios. ¿Cómo no sucumbir a los recuerdos que le quemaban por dentro?,  si era como si el torso de su amado estuviera al alcance de su mano.

Cada vez más cerca se sentía aproximar al enemigo, así que con su garganta seca, con lágrimas en sus ojos, fue tensando el arco con determinación, se preparaba para el disparo certero, ya vislumbraba sus figuras, ya sentía la cabalgadura acercarse…

No hay comentarios:

Publicar un comentario