LA HISTORIA DE ROMA CONTADA POR CUPIDO
El soberano Júpiter no se le
ocurre otra cosa que encargarme que les narre la Historia de Roma. Como si no se
hubiera escrito sobre ella cientos y cientos de veces. Ya que no puedo
desobedecer, sí lo que lo voy a hacer a mi manera, aunque eso me lleve al
castigo del dios de los cielos.
Porque se las voy a contar
de una forma amena, les prometo dejar lo más lejano posible los monumentos y
batallas, porque vamos a darle animación al mármol y a las piedras, para que
tomen vida los tormentos, las alegrías, las flaquezas, los vicios y las manías,
todo esas menudencias de esos hombres y mujeres que rindieron culto a los
dioses y diosas del panteón romano, mi hogar.
PRIMERA PARTE: UNA NUEVA TROYA
Todo comienza cuando los héroes
griegos, como Ulises y Aquiles, conquistaron Troya pasando por la espada a sus
habitantes y asolando con fuego la ciudad. Uno de los pocos se salvaron fue
Eneas. Normal, estaba protegido por los dioses, se lo digo yo, que lo sé de primera
mano. Porque su destino estaba predestinado: fundar una dinastía en la
península Itálica, una nueva Troya, que daría lugar al más fascinante imperio
nunca conocido, el Imperio Romano.
Eneas era príncipe de
Dardania, un día su padre, Anquises, se encontraba visitando sus campos con sus
quehaceres diarios. El “pobre” no sabía que Júpiter me había enviado con una
flecha untada con hechizos de amor para mi madre, la Diosa Venus, como venganza
porque era la diosa de la picardía y era la culpable de que los dioses se
enamoraran de las mujeres mortales.
De tal forma que Venus quedó
prendada por Anquises y llena de lujuria se lo llevó al huerto florido. De ese
encuentro paso lo que tenía que pasar: a los nueves meses llegó Eneas.
Eneas estuvo hasta los cinco
años en el panteón, hasta que su madre se lo devolvió a su padre Anquises donde
creció fuerte y apuesto. Tal fama llegó a tener que se casó con Creúsa,
princesa de Troya e hija de Príamo, su Rey.
Cuando los griegos sitiaron
la ciudad de Troya, Eneas fue uno de los héroes más destacado. Aunque luchó con
ahínco tras la muerte del príncipe Héctor y, más tarde, del Rey Príamo, supo
que todo estaba perdido, así que huyó con su hijo Ascanio y su padre Anquises,
más cuando se dio cuenta su esposa Creúsa se había quedado atrás. No pudo
salvarla, allí quedó rodeada de enemigos y fue asesinada.
“¡Oh,
doncella más feliz que ninguna, hija de Príamo enviada a la muerte bajo un
túmulo de enemigos bajo las altas murallas de Troya!”
No obstante guió a los suyos
para que pudiera huir. “Vete a Italia”,
le decía a Eneas insistentemente el espíritu de Creúsa. Irónicamente añadía: “no te olvides llevarte algo de comida para
el camino, que eres muy olvidadizo”
El viaje hasta la península
Itálica fue toda una epopeya, un largo trayecto plagado de dificultades que no
hubiera resuelto, a no ser por la ayuda constante de los dioses. Su padre
pereció en Sicilia y como uno de los encuentros más importante, su paso por
Cartago, tras ser desviado por una tormenta.
Allí conoció a la Reina Dido y quedó hipnotizado de su belleza. Y tras una larga noche de amor desmedido, encendieron la pasión correspondida del uno por el otro. En Dido ardía la llama del amor por el héroe troyano, por ello, tras la noche de frenesí, pensó que estaban casados y le propuso que gobernaran juntos los dos pueblos, los cartagineses y los desterrados de Troya. Eneas aceptó de buena gana.
Pero, como les decía, su
destino estaba predestinado, así que el soberano Júpiter envío a Mercurio, Dios
mensajero, para enderezar de nuevo su camino. Mercurio le dijo a Eneas sin
contemplaciones en nombre del mismísimo Júpiter: “¡Qué te hagas a la mar!”,
recordándole que ya le habían salvado varias veces en Troya y otras tantas
en su largo peregrinaje, además agregó “¡Por
la cuenta que te trae!”.
De noche y a escondidas los
troyanos tomaron rumbo hacia Itálica. Dido, despechada y su corazón roto, se
clavó hasta las entrañas una espada que su amado le había regalado, no sin
antes decir: “prometo odio eterno de mi
pueblo, Cartago, con la nueva Troya”. Más adelante les narraremos las
empecinadas guerras de Roma con Cartago y algunas anécdotas que no voy a
dejarme en el tintero.
Tras largas vicisitudes los
troyanos llegaron a Itálica y navegaron río arriba por el Tíber. La casualidad
hizo que el Rey Latino no tuviera más que una sola hija, Davinia, una hermosa
princesa con muchos pretendientes. Y además a Latino le habían predicho que su
hija se casaría con un extranjero, que haría muy famoso el nombre Latino.
Cuando las naves se
asentaron río arriba, mandó unos obsequios a la ciudad de Latium, con la
garantía que venían en son de paz y que ayudarían a proteger el reino de
Latino. El Rey recordó la profecía y lo hizo su yerno. De tal forma que se casó
con la hermosa Lavinia
El Rey Turno de los Rutulos, que pretendía a Lavinia, entró en guerra con los troyanos. Todo acabo en el mismo turno, es decir con el Rey Turno atravesado por la lanza de Eneas, con ello acabó la guerra. Eneas entonces fundó la ciudad de Lavinio, en honor a su esposa.
Tras la muerte del Rey
Latino los troyanos se convirtieron en latinos. Le sucedió su hijo mayor,
Ascanio, que fundó la ciudad de Alba Longa. A la muerte de Ascanio, Silvio,
hijo de Eneas y Lavinia, impugnó el trono de Iulo, hijo de Ascanio. Los
descendientes de Eneas, a través de la estirpe de Silvio, gobernaron Alba Longa
durante el resto de la existencia de esta ciudad.
Generaciones más tardes,
Amulio le robó el trono a su hermano Numitor, matando a sus hijos, solamente
dejó con vida a su sobrina Rea Silvia, que sería la madre de los fundadores de
Roma, pero esa es otra historia que le contaremos en la siguiente ocasión.
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