Relato completo: Cautivos en la Frontera
Una semana más tarde, con el salvoconducto en la chiva, Juan recordaba la ilusión de Benito al entregarselo. Llevaba más de dos días tratando de localizar al Adalid Álvaro Martínez, así que en una de esas ventas a las afuera de la ciudad, donde se bebía buen vino de Xerez, lo encontró con sus hombres.
Ya desde el reinado de Enrique I de Castilla se intercambiaba lana inglesa por vino de Xerez, de modo que su viñas se convirtieron en una fuente de riqueza para el reino, de hecho pocos años antes, Enrique III, por la Real Provisión de 1402, prohíbe que se arranque una sola cepa y la instalación de colmena que pudieran dañar sus frutos.
Álvaro Martínez reconoció a su aprendiz de Adalid, mostrando satisfacción nada más verle, así que cuando le entregó el salvoconducto, hizo que Juan le contara toda la historia:
- Bien, bien (le comentó entre grandes risotadas), sabía que todos los caminos te llevarían a mi encuentro, aunque antes de partir beberemos este néctar de nuestra tierra
- Mi señor, para mí es doble motivo de alegría, será un honor servirle.
Tras una larga tarde, llegó la noche y la madrugada, tras jarras y jarras, en donde pudo observar la veneración que le tenía sus soldados, a pesar de su baja condición. Llegado el momento, cuando se retiraron a descansar en la misma venta, siguiendo sus órdenes, partió con su corazón ebrio de vino y alegría, ni siquiera tuvo que descansar en ese momento, el punto de encuentro sería en Álcala de los Gazules, donde se verían tres días más tarde, Juan de la mano de Naima, para desde allí tomar de nuevo el camino a la fortaleza nazarí de Xemina.
Los soldados, en el camino a la fortaleza, aleccionados por su señor, apenas mostraban alguna mirada a Naima, sin embargo Juan no podía perder la vista de ella, lo que divertía en sobremanera a Álvaro Martínez. Después de tan largo camino, al atardecer, a dos leguas de su casa, decidieron descansar ocultos. Cuando ya había entrado la noche cerrada, Juan recibió la orden de acompañar sólo a Naima, sin acercarse demasiado a Xemina, entonces debían ambos de cambiar de rumbo, sin volver la vista atrás.
Juan y Naima buscaron la Garganta de Gamero, en el camino, el viento se embriagaba con las ramas de los madroños, en el lugar que antes él se había curado las heridas. Cuando llegaron a media legua del hogar de ella, refugiados entre los lentiscos que había en un lugar llano, esperaron las primeras luces del día, había llegado el momento de tomar cada uno su camino.
Naima tomo el camino de Xemina, Juan se quedó de pie siguiendo su silueta, sería la primera y única vez que desobedecería a Álvaro Martínez, ella tampoco llevó a cabo sus instrucciones y volvió la vista atrás y se cruzaron sus miradas, en ningún tiempo más volverían a verse, no por ello dejaron sus corazones de quedar rendidos para siempre.
Juan tomo camino de su destino de aprendiz de Adalid, por sus ojos iban corriendo las lagrimas, solamente volvería a llorar de nuevo cuando supo de la muerte de Naima años más tarde, no se imaginaba que volvería a tomar esos caminos y que su corazón, como si una daga se hundiera en su pecho, le llenaría de dolor por su recuerdo al pasar por donde se cruzaron sus miradas.
Naima, llegó a la entrada de la fortaleza, no tardaron los centinelas en reconocerla, Kala, su madre, como si de un presentimiento se tratara, ante las primeras voces lejanas, despertó a Badriya y salieron en su búsqueda. Las tres se fundieron en un largo abrazo.
Kala con el aire fresco de poniente que quedaba de la madrugada, sentía su alma tan llena abrazando a la hija que creía perdida, sentía un enorme agradecimiento al que un día había sido cautivo en su pueblo, que había traído de nuevo a Naima a sus brazos, también, como un mal augurio, no dejaba de correrle temor en sus venas por su pueblo cuando recordaba su nombre, Juan Viudo.
FIN DEL RELATO.
Genial, Eduardo. :-)
ResponderEliminarGracias Juan José, un abrazo.
ResponderEliminarLos voy a poner en el blog :D
ResponderEliminarEs un honor, gracias Estefanía
ResponderEliminar