Mi nombre es Abdel Haqq, soy escribano y sirviente de
unas sacerdotisas que rinden culto a distintas divinidades, que habitan como un
extraordinario mosaico en esta hermosa villa que se deja abrazar por un
río. Sacerdotisas con asombrosos poderes sobrenaturales ¡Ay qué
será de mi devenir!
Occia y sus fieles seguidoras no olvidar nunca mantener
los braseros permanentemente encendidos en el templo que se halla en el cerro,
porque el fuego es el elemento incorruptible. Plinio el Viejo, en su paso por estas
tierras, decía que las vestales suplicaban ante el fuego y detenían a lo esclavos huidos.
Alrededor de Occia se sientan cada día hermosas niñas
entre los 6 y los 10 años para recibir su aprendizaje. Y cada día les cuenta como
Rhea Silvia fue la primera mujer consagrada a sacerdotisa vestal, obligada por
su tío, el Rey Amulio, para que no tuviera nunca descendencia que no pudieran
arrebatarle el trono. Sin embargo fue violada por el Dios Marte y quedó
encinta.
Aunque Rhea Silvia trató de ocultarlo, el rey tirano
mandó ejecutarla cuando tuvo a dos hijos gemelos. Arrebatados de los brazos de
su madres ordenó que los arrojaran al río Tíber. Los criados, quizás por piedad
o quizás por miedo, los dejaron en el río en una cesta, cuando la corriente los
arrastró a la orilla fueron amamantados por una loba. Estos gemelos, Rómulo y
Remo, serían más tarde los fundadores de Roma.
La tarea de preguntar al oráculo la llevan a cabo Pitias
y sus discípulas, que un lugar cercano al río recogen laurel de un árbol
consagrado por Apolo, para que masticando con fruición sus hojas les produzca
una intoxicación profética, que les permita beber la sangre de los becerros de
Gerión, sangre envenenada para el resto de mortales. Son las descendientes de
las pitonisas de Delfos.
Llegaron por mar, acompañadas por Heracles, que tenía la misión de robar las manzanas de oro del Jardín de las Hespérides, hasta que
fueron abandonadas muy cerca de donde separó dos mares, levantando dos columnas para que quedara un espacio de mar entre Europa y África. Durante el viaje
evitaron ser tomadas por el héroe griego gracias a sus conocimientos mágicos y
sus encantamientos, haciendo sonar una suave flauta que calmaba su brío,
fabricada de encinas que crecían al pie del monte Parnaso, mítica montaña donde
residían las musas.
Gea y sus sacerdotisas adoraban la fuente de la vida. En
los solsticios de primavera andan desnudas y por los efectos mágicos de su
gobierno sobre el cielo y la tierra les asciende alas en sus espaldas. En el
tiempo que coincide con la recogida del trigo y, más tarde, con su siembra queda
asociado con las estrellas, porque con sus poderes la Diosa Madre hace aparecer
y desaparecer constelaciones del infinito.
En los arroyos de los montes cercanos limpian sus rostros
y rinden culto a la naturaleza, madre engendradora. Para ellas todos los seres
vivos, incluidos los humanos, forman parte del ciclo de vida, muerte y regeneración.
Entienden que la vida es una batalla constante con las fuerzas de la naturaleza
y también una manifestación de su poder sagrado.
En las noches de luna llena caminan alrededor de la villa
Himilce y sus sacerdotisas, venerando a Tanit, diosa de la fertilidad, la
fecundidad y la muerte. Caminan despojándose de sus galas hasta quedar desnudas,
tan sólo se cubren con serpientes en sus hombros y velos arqueados en sus
cabezas. A medida que caminan atraen a los guerreros a su poder y hace que el
amor vuelva a renacer.
En esas noches las madres guardan celosas en sus casas a
los niños y a las jóvenes hermosas, por temor a sus dominios. Porque cuando
Himilce se acerca al abrigo que hay cerca de la villa, repleto de
reminiscencias sagradas, se convierte en la señora de los caballos y su poder actúa sobre la vida, la muerte y la
resurrección.
¡Ay pobre de mí! Ya se acerca el día que todas las
sacerdotisas unen sus poderes, ya están siendo llamados los viajeros, ya se
acerca el momento de la ceremonia de iniciación que nos transporta a otros
tiempos... ya está llegando el momento.
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