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Cercano a Marbella, cuando intentaban vadear el río Verde,
los castellanos sufrieron una importante derrota de mano de los nazaríes, los
valerosos caballeros y escuderos que allí se perdieron llevaron un daño muy
señalado a la zona cristiana. No obstante, el amor entre mujeres y hombres de
distintos lados de la frontera también hizo su aparición. Si bien, como
escribano de relatos antiguos, prefiero que sea la leyenda quién nos guíe y nos
pueda dejar cautivados.
En el inicio del año 1448 las incursiones granadinas en
territorio cristiano fueron muy persistentes y frecuentes, destacando las
numerosas algaradas en el arco comprendido entre Antequera y Ximena, con
rápidos asaltos y correrías destructivas en busca de botín, cautivos, ganados y
productos.
El Alcaide de Castellar, Don Juan de Saavedra, abrumado por
la presión que recibía su villa ultimaba los preparativos para una cabalgada en
territorio granadino. Con la intención de congregar a centenares hombres a
caballo y de infantería, que tomarían la dirección a la cercanía de la costa
malagueña para castigar a los nazaríes que los hostigaban de forma constante.
En la villa de Ximena su Alcaide, Jofre de la Cerda, se
encontraba en la alcazaba de la fortificación con la mirada perdida en
dirección a la Sierra Bermeja, tenía un mal presentimiento. Acababa de reunirse
con Saavedra y el caballero Ordiales, buena parte de la tropa de la guarnición
de la villa tomaría parte en la contraofensiva castellana que se preparaba.
El caballero Ordiales se encargaría de gestionar los apoyos
en las villas del Duque de Medina de Sidonia y de Jerez, para ello enviaría a
sus guardas a reclutar la tropa necesaria, con el sueldo de 20 maravedíes
diarios por los almocadenes a caballo y 15 maravedíes diario para los peones.
Jofre de la Cerda sabía que ese era el motivo para
alistarse, puesto que una razzia producía más beneficios que proteger una
fortificación en un puesto fronterizo en primera línea. Pronto llegaría su hija
María, aunque Jofre se había negado rotundamente, no pudo evitarlo, quería
abrazar de nuevo a su padre, por ello percibía una enorme preocupación con una
fortaleza desguarnecida.
Días más tarde, tal vez en una acción temeraria, oculto en
la ribera del río Hozgarganta, entre las villas de Castellar y Ximena
cristianas, solamente a una legua de ésta última, se encontraba Abdel Karim, el
naqib y primer oficial de Ibrahim b. Muhammad al-Qabsani, al-Caíd de Ronda.
Emplazados en un lugar estratégico, en un cruce de caminos
entre el Estrecho y las Sierras de Cádiz, Ronda y Bermeja, lugar que había sido
transitado por las árabes, bereberes y nazaríes de forma continua. Su misión
observar las defensas y los movimientos de la fortaleza arrebatada a los
nazarí, ahora una punta de lanza castellana en el área granadina.
Llevaba el mando de una unidad ligera de caballería con
diez de sus mejores hombres. Los soldados llevaban arcos compuestos y aljabas,
jinetas, corazas cortas, escudos de cueros y lanzas finas. Los caballos,
ocultos en la intensa vegetación de la ribera, estaban adornados con barba
turca, consistente en colgantes fijados al cuello de los caballos de cuentas
esféricas de diversos diámetros.
Las voces de soldados castellanos pusieron a Abdel y sus
hombres de guardia, de forma evidente era la oportunidad que esperaban. María
cabalgaba entre cuatro caballeros, le seguía cuatro soldados a pie,
perteneciente a las milicias. Todos armados con panoplia de armas defensivas,
ganbajes, lorigas, gorgeras, fojas y lorigones.
Los jinetes granadinos habían estudiado el terreno y sabían
cómo abordar al pequeño grupo castellano, se situaron en el lugar más idóneo
para la emboscada, no podían tener ningún error, si algún cristiano daba la
alarma se jugaban sus propias vidas. Los cuatro mejores arqueros y más potentes
tensaron su arcos, a la espera de la señal de naqib, cuando Abdel dio la señal
dispararon al unísono y los cuatro caballeros cayeron abatidos de sus monturas.
Inmediatamente el resto de nazaríes cabalgaron hacia los
cuatro peones, que quedaron rodeados por la puntas las lanzas. Tres de ellos
fueron alanceados por ellas al presentar resistencia. El cuarto, herido de
muerte, se rindió ante sus atacantes, con la vista puesta en la mujer y en el
oficial nazarí que sujetaba las bridas de su caballo.
Abdel, por un instante, había perdido la noción de la
urgente situación en la que se encontraban, prendado por los grandes ojos
castaños de María. Momento que ella aprovechó para zafarse de las manos del
naqib. Aunque emprendió la huida a galope, Abdel no tardó en recuperar la
conciencia de la situación, se encontraba ante un jinete avezado, que pudo
detenerla y derribarla de su caballo.
—Eres muy valiente mujer cristiana —le dijo mientras
agarraba fuertemente sus brazos encima de ella en el suelo.
—Conoces muy bien mi lengua, aunque eso no te salvará la
vida infiel —le respondió llena de orgullo y de rabia.
—Me llamo Abdel, ese es mi nombre, si no gritas prometo no
taparte la boca —María había comprendido, así que, de momento, no opuso
resistencia.
Tras atarle sus manos y montarla en su caballo, dispuso a
uno de sus soldados que acababa de llegar para que sujetara con fuerza las
bridas de su montura. El naqib montó en el suyo y se alejó hasta donde estaba
el prisionero que quedaba con vida, ordenando que esperaran en ese lugar.
Manuel no iba a ser una presa fácil, a pesar sus fuertes
heridas. Había trabajado para la familia del Alcaide y había iniciado este
viaje prometiendo a la madre de María que la protegería con su vida. A pesar
del duro interrogatorio no cedía, así que Abdel no tuvo más remedio que
señalarle lo que le esperaba a María. Ella pasaría a ser vendida como concubina
de algún noble de Granada, incluso en la corte del “Aysar”, del ya envejecido
sultán de Granada Muhammad IX.
Manuel a pesar de su rudeza era un hombre de palabra, Abdel
también lo era. El criado lo sabía. Después de hacerle prometer que María sería
devuelta intacta a la fortaleza, le contó que era la hija del Alcaide de
Ximena, su señor, así como que se preparaba una cabalgada en dirección a las
cercanías de Marbella y la zona que la rodeaba, al mando de Don Juan de
Saavedra, el número de hombres que habían sido convocados y la fecha que se
iniciaría la partida, una semana más tarde.
Después de describirle los detalles y traicionar a su
gente, Manuel le dijo al naqib:
—Ahora clava tu jineta en mi cuerpo y cumple tu palabra con
María
Abdel hundió su jineta en el vientre de Manuel mientras le
miraba fijamente a los ojos, le evitaba sufrimiento, mientras él, en su último
suspiro de vida, contempló en los ojos de Abdel que su señora estaría a salvo.
Una vez reunido con sus soldados, en el lugar donde estaba
María, ya cerca de la puesta del sol, iniciaron el regreso hacia Ronda de forma
cautelosa, ocultándose en la ribera del río y alejándose en la zona que el
cauce se acercaba a la fortaleza. Tenían que partir antes de que los soldados
de Jofre de la Cerda iniciaran la búsqueda de su hija.
Las miradas del oficial granadino y de María se encontraban
de manera descuidada en el camino, ella era una mujer de carácter y, a pesar de
su cautiverio, había presentido en esas miradas que el apuesto soldado la
protegería de forma firme, contrariamente a su ira y tristeza, le hubiese
apetecido conocer a este oficial en otras circunstancias distintas.
NOTA: Este relato histórico consta de dos partes, se desarrolla en el año 1448, se relaciona con hechos acontecidos en aquella época en la que participó, entre otros, la guarnición cristiana de Jimena, que llegaron a tener tanta repercusión que fueron recogidos en un Romance: "Río verde, río verde". En breve, se enviará la segunda y última parte.
SEGUNDA PARTE
SEGUNDA PARTE
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