Paulina se vestía de
manera que fuera perfectamente reconocible, con una toga masculina que dejaba a
la vista sus rodillas, siempre con su pelo teñido de fuertes colores. Estaba
obligado a ello, así como al pago de los impuestos para ejercer su
profesión.
Nada más comenzaba a desaparecer
la luz diurna, se dirigía, con desánimo, a su lugar de trabajo. De nuevo
tendría que soportar a algunos clientes iracundos. Que le producían tantas
heridas en su cuerpo como en su interior.
El lupanar se situaba en un cruce del interior
de la pequeña ciudad de provincia, alejado de las vías principales, contiguo a
tabernas de mala vida y baños colmados de bellas imágenes de cuerpos de jóvenes
desnudos de ambos sexos.
Esa noche sería algo
distinta, durante esos días estaban en fiestas de Veneralia, dedicadas a
Venus, la diosa del amor. Las fiestas cambiaban los corazones de la lujuria a
la castidad y el amor impuro a la fidelidad matrimonial. La lujuria, sin
embargo, encontraría su sitio en los lupanares en el anochecer, cuando quedan
ocultos de la vista de los celosos dioses. Así que esa jornada nocturna recibiría un
hombre, tras otro hombre, tras otro hombre...
Al concluir la larga
noche, dolorida y aborrecida de sí misma, caminaba hasta el pobre habitáculo
que residía sin tomar las debidas precauciones. Tuvo la mala suerte de
encontrar a unos legionarios ebrios, que reconocieron el lugar que ocupaba en
la sociedad por sus ropajes. Así que fue violada salvajemente, como si de un
despojo se tratase, quedó sin apenas fuerzas para respirar. Y las gotas de rocío
fueron ahogando sus últimos suspiros en los albores del nuevo día.
Llegada la mañana su
cuerpo sería retirado de la vía, para que nada desluciera las ofrendas
previstas en la Veneralia, una ofrenda a la diosa generadora, como todo un
nuevo renacimiento de la vida en la recién primavera iniciada. Contradictoriamente
en esos días se rendía culto a la protección de las mujeres.
Y como si de una desconsolada
sombra se tratase, mientras celebraban incautos los festejos en esa ciudad, los
lémures acogieron entre los suyos a Paulina, desterrada y hambrienta. Desde
entonces, esperaba en la oscuridad para
atrapar a aquellos que negaran libaciones a los dioses, porque palpitaba en ella
ganas de aullar como una lupa salvaje, para llevar a cabo su temible venganza
por todo lo que había sido despojada a lo largo de su vida.
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