Ella acababa de
despertar, se sentía bien a solas en su casa, ¡su marido la hacía
considerarse tan insignificante!, como si fuera una simple pertenencia suya. Sin
embargo, en esa tarde, se sentía dominadora y tendría a ese hombre tan sensible,
que recientemente había conocido, subyugado entre sus brazos.
Él también se encontraba
a solas en su hogar, tumbado en su bañera untaba su propio cuerpo con ungüentos
de cañas aromáticas, canela y azafrán, su esposa le decía que eso no eran cosas
para un hombre hecho y derecho. Sin embargo, en esa tarde, se dejaría llevar por
esa fascinante mujer hasta el último de los más recónditos de sus deseos.
Ella, antes de salir,
se colocó unos pantalones ceñidos y una camisa ajustadas sin sujetador, que le
hacía que se sintiera tan bien cuando a cada momento sus senos en forma de
campana, claramente destacaran. El necio de su marido se encontraba de viaje,
como siempre esa tarde trataría de mostrar su masculinidad con alguna conquista,
en arranque de pasión de unos escasos y breves minutos.
Él trataba de
vestirse con tranquilidad, estaba tan nervioso, porque sus pensamientos constantemente
viajaban a la habitación que habían alquilado de una pequeña pensión de la
ciudad cercana, se derretía pensando en cuando llegará el primer beso de ella.
Mientras, su irritable esposa, se encontraba todo el día de compras con sus
amigas, necesitaba trajes nuevos para las próximas fiestas de su pueblo, para
que sus maridos lucieran mujer y traje.
Ya cerca de la
pensión, a la hora acordada, ella estaba decidida a llevarlo a besos
bruscamente a la cama, desnudarlo y sin camisa recorrer cada palmo de cuerpo
con sus labios y sus pezones rígidos y duros. Él, ya esperaba en la habitación,
para que ella tomara la iniciativa, deseando tanto sentirse sinceramente
entregado en todo cuerpo y alma a una mujer de verdad.
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