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Manolo Mata nos presenta en este relato a Nahüami, una mujer que llega a Europa tras un largo y duro recorrido, les animo a su lectura
NAHÜAMI
El día que Nahüami Salassíe cumplió 18 años echó a andar sin mirar atrás.
Salió de su
poblado en el corazón de África, y cruzando sabanas y desiertos, salvando
quebradas y ríos, llegó, con el único pasaporte del derecho universal a soñar,
hasta el monte Yebel Musa en Marruecos desde donde se vislumbran las luces de
neón de Ceuta.
Allí, en un
oscuro alijar esperó, cual pantera agazapada, el momento oportuno para saltar
la valla.
Nahüami era
jimba, la tribu asentada junto al lago Ambadi, cuyas mujeres tienen, todas, los
ojos verdes y la piel del color de la melaza de caña. En su aldea, los
hechiceros no dan nombre a los recién nacidos hasta que tienen uso de razón
para que éste sea acorde a su carácter y personalidad. Nahüami significa “mujer rebelde” y cada
noche, observando las estrellas, se preguntaba qué había más allá de las
montañas que marcaban los límites de su territorio. Y se preguntaba si todo se
reducía a cuidar de sus hermanos menores, ordeñar las ankole-watusi, moler
mijo, y esperar el acuerdo matrimonial concertado con un pariente.
Dos meses estuvo en el Hospital Universitario
de Ceuta recuperándose de las heridas que, en piernas y brazos, le causaron las
concertinas barbabas aquella noche que los guardias civiles permanecieron recluidos
en sus garitas atentos a la final de la Champions Ligue.
Ayer, sentados
en un banco de la estación de Jimena, me contó su vida. Le compré una fanta en
lata y un bocadillo de queso en el Bar Domínguez, le di veinte euros para el billete
del regional Algeciras-Granada. Y le deseé suerte.
En su mirada
estaba el Futuro, estaba la Esperanza, y estaba el Impulso Vital de las
vencedoras.
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