Lo primero, entiendo que se pregunten qué hace un romano como Cupido hablando de la Navidad y no de las Saturnales. Aunque tengo razones fundamentadas, sin lugar a dudas.
Las navidades tal como la conocemos viene de tradiciones muy arcaicas, ya el árbol de Navidad, que para mí es algo moderno, lo instituyó San Bonifacio en el Siglo VII, cuando dándole un sermón a los “pobres” druidas en el momento del cambio de estación del otoño al invierno, cortó el árbol que para ellos simbolizaba el Universo y sembró un abeto, que adornó con manzanas y velas como símbolo del amor puro a Dios.
Sin
embargo el significado de estas fechas es más antiguo, tiene que ver mucho con
los cultos agrarios, con el solsticio de invierno, con el fin de un periodo de
oscuridad, porque los días, poco a poco, a partir de la Navidad, van siendo más
largos y la vida comienza a estar llena de luz.
Este
relato me sirve para felicitarles, deseando que sea un solsticio que nos traías
nueva luz para el 2021 y que ojala afine más que el solsticio de año pasado. En
este año que ha sido tan complicado, la felicitación tiene una dedicación
especial para las personas mayores, con toda mi admiración y afecto.
Las
Travesuras de Cupido... El día de la “Nochebuena”
La
Residencia donde habitaban Juan y María se ubicaba en una pequeña ciudad española.
Con un hermoso parque cerca de la entrada, que en esta época de pandemia estaba
cerrado para uso exclusivo de sus residentes.
María
había llegado a la Residencia en verano. Sus dos hijos se encontraban bastante
ocupados y alejados de su hogar. Su nieto mayor quería montar un pequeño
negocio de restauración y su nieta pequeña estaba estudiando en la Universidad.
Le dijeron que estaría bien cuidada, que ellos estarían siempre cerca y hacía
unos meses que vendieron su casa.
También
decidieron, de forma responsable, que en esta Navidad era mejor no visitarla.
Ella pensaba que le afectaría tanto como a ese limonero que se seca en el retraimiento,
sin embargo pareciera que le hubieran lanzado un dardo impregnado de hechizos
de amor.
Y es
que Juan la estaría esperando en el salón, hoy, antes de la nochebuena nada
menos. ¡Se daría cuenta por fin que se estaba arreglando para él! Ella pensaba
que hay cosas que no cambia y se decía: “es que los hombres no se enteran”
De
esa forma, tras el almuerzo, comenzó a arreglarse para ese día grande. Ella esperaba
a la peluquera en su cuarto, que llegaba con su unidad portátil y equipada con
todas las medidas de seguridad en tiempo de pandemia. Tras el lavado y marcado,
ejecutaba ese peinado que hacía sentir
tan bien a María. A continuación, trató de maquilarse con ligereza, para no alargar
la espera de Juan, se perfumó y se puso los pendientes y su collar de perlas.
Tan solo tardó un poco más de tres horas.
Juan
llevaba ya once meses en la Residencia. Tenía también dos hijos y una sola
nieta, de su hijo mayor. Eran su pasión, pero vivían unos tan alejados de los
otros que decidieron que su padre estuviera bien cuidado. El “pobre” pensaba
que “que buena gente son”. Aunque en su
estómago se movían mariposas los días antes de sus visitas.
Pero
ahora no sabía que le ocurría, llegaba la nochebuena y sentía las mariposas en
su estómago de nuevo, pronto bajaría al salón a esperar a María. Así que se
dijo “hoy voy a arreglarme de forma tranquila”, porque le iba a decir algo ya,
desde luego con la edad que tenía ya no le preocupaba que se pasara el arroz y
no quería esperar.
Así
que se colocó delante del espejo de su cuarto de baño, se echó colonia que le
había regalado su nieta, con “salivita” se arregló el poco pelo que tenía y se
colocó la gorra que le había regalado su hija, además ya estaba afeitado desde
la mañana. Donde más tiempo utilizó fue
en mirarse con orgullo en el espejo diciendo: “ahí está el tío guapo”. Tardó
más de cinco minutos, cuando normalmente de dos minutos le sobraban minuto y
medio.
Juan
esperaba en el salón impaciente y no quitaba ojo al pasillo por donde tenía que
aparecer María. Y no se concentraba en la partida de parchís que echaba con
Julia, Carmen y su amigo José, cuando normalmente era muy diestro en comérselas
a todas, aunque ya solo con la mirada, claro.
Julia
no paraba de merendar un bizcocho navideño con harina integral y calabaza, sin
azúcar, “buenísimo”. José bebía con fruición un licor sin alcohol y sin azúcar,
también “buenísimo”. Mientras Carmen, que conservaba en perfectas condiciones
su sutileza, miraba a Juan y al pasillo de forma entretenida.
En
eso que le tocaba tirar los dados a Juan, Julia estaba expectante a su tirada y
pensaba ¡Ojala salga un tres! Y efectivamente... salió un tres. Y Juan, por
supuesto, sin estar en lo que tenía que estar, movió la ficha del tablero que
se encontraba más cercana al pasillo que tenía que aparecer María. Y Julia le
dijo enfadada:
- - ¡Juan! ¿Por qué no te
has comido la ficha de José, que va a ganar?
Y Carmen no pudo evitar decir:
- - ¡Él quiere comerse a
otra!
Juan
no se había dado cuenta que ese momento de distracción había llegado María, le
pareció que venía más guapa que nunca y ella sorprendida le dijo:
- - ¿A quién te quieres
comer Juan?
Se
hizo un raro silencio en el salón. Carmen nerviosa por haber metido la pata, se
acercó a coger el mando de la televisión apresuradamente. Y no se le ocurrió
otra cosa que poner la tele a más de cincuenta de volumen. En eso, que esas
horas primeras de la tarde, estaba puesta la “
Carmen,
angustiada, atinó para apagar la tele. Y Juan, echo un flan, de manera
atropellada le dijo a María:
- - ¡Quién fuera león
ahora!
A lo que ella contestó:
- - ¡Y yo tu leona!
Y se
sentaron a terminar la partida, pasaron la tarde todos riendo y cuando les
trajeron las pastillas después de la merienda, no se cesaba las expresiones:
¡esa me la como yo! ¡esa te la comes tú!
Antes
de la cena de Nochebuena hablarían con los suyos en sus cuartos, hasta que
llegara Soledad, pero no esa que te consume por dentro el alma. Era el nombre
de la cuidadora más maja que había, que esa noche tenía turno. Y Soledad los
animaría a reunirse en el salón todos juntos.
Para
Juan y María fue una noche muy especial, porque él en todo momento sintió
mariposas en su estómago y porque ella estaba tan radiante como un limonero cargado
de flores. Y de vez en cuando, algo tenía que ver los dardos enamorados que les
envíe unas semanas antes, todo hay que decirlo, se agarraban a hurtadillas sus
manos. Obviamente también esa noche juntarían sus manos, en el cuarto de María,
con un verdadero amor.
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