El dios Mercurio |
El dios Mercurio
había nacido en el monte Cilenes, un monte mágico de la Arcadia. Su madre una
bella pléyade hija del titán Atlas, llamada Maya. Su padre, Júpiter, nuestro
dios supremo, el causante del amanecer y del brillo lunar.
Juno, esposa de
Júpiter, que tenía cierta animadversión a Mercurio, por motivos obvios, le dio
de mamar. Cuenta que se llenaba la boca de la leche de la diosa madre con tanta
“ansia”, que su crecimiento fue asombroso. De tal forma que con tan solo unos
días de vida recorría la morada de los dioses en los cielos, como Mercurio por
su casa, y nunca mejor dicho. Ya desde entonces comenzó a mostrar sus
habilidades.
¡Ay Cupido de mí! Esos
días es cierto que me encontraba desorientado, había tenido unas jornadas
agotadoras como arquero al servicio de la pasión. No solo eso, también hacía
extras en las fiestas por petición del soberano Júpiter. Mi tarea consistía en
limpiar la sala de los banquetes, preparar los divanes y, para el mayor de los
colmos, servir los manjares y las ambrosías.
Con ese despiste mío,
que es verdad que puede ser algo en mí
persona característico, caminaba pensando lo injusto de la vida divina, cuando
el pequeño Mercurio me puso una zancadilla que hizo que saliera rodando por los
cielos. Momento que aprovecho para robarme mi arco y mi carcaj, colmado de
flechas untadas con la pócima del amor irresistible.
El dios Neptuno |
La primera víctima,
Neptuno, nada menos que el poderoso dios que gobierna los mares. ¡Y es que...! ¡Y
es que...! Al niño se le había antojado robarle el tridente. Así que, sin que
se diera cuenta, le lanzó uno de los dardos y otro a Menalipe, casada con
Hipotes, el guardián de los vientos.
Si sumamos que los
mares y los vientos estaban desbocados, al ya de por sí carácter lascivo y
mujeriego de Neptuno, sobre todo con las casadas, la situación estaba
abiertamente desatada, lo que aprovecho el pequeño Mercurio para apropiarse del
tridente.
La nueva víctima de
las travesuras de Mercurio fue Marte, el dios guerrero. Es que Marte tenía una
espada... vamos una señora espada. De manera que apuntado, con un inusual
acierto para su edad, logró que sus saetas hiriesen de deleite al dios de la
guerra y a Eirene, la diosa de la paz.
Lo que provocó que
los encuentros entre estos dioses estuvieran llenos de descubrimientos eróticos
muy apasionados o de agrias discusiones, una cosa o la otra, o una tras otra, lo
que aprovecho el astuto Mercurio para tomar la espada de Marte.
Lo siguiente, ¡Ay lo
siguiente!, era robar el cinturón de Venus. Porque quién se lo ceñía en su
cintura podía hacer renacer la pasión de amores ya perdidos, no sólo eso,
también lograba encauzar los amores de
fantasías imposibles, hasta convertirlos en realidad.
Mercurio pretendía
enviar sus dardos a Venus y al mismísimo Júpiter. Ya que también quería hurtar
el mismo cetro de mando del soberano, de hecho a punto estuvo de sustraer sus
rayos. Lo impidió la soberana Juno, atenta al bullicio de su hogar, descubrió
las intenciones del impúber Mercurio y lo entregó al soberano Júpiter para que
recibiera su castigo.
Mercurio entrega la lira a Apolo |
Júpiter lo desterró a
la tierra con Apolo, también desterrado en ese momento. Lo primero que hizo,
como cabría esperar, fue robar el ganado del rey Admeto, custodiado por hermano
Apolo. Mercurio para aplacar la ira de su hermano le regaló el caparazón de una
tortuga con cuatro cuerdas, que se convirtió en la primera lira.
Apolo, dios de la
música, no sólo perfeccionó la lira, sino que le regaló una vara de avellano a hermano
que tenía el poder de reconciliar a los seres que se odian. Mercurio, para
probar su eficacia, la enfrentó a dos serpientes, que se enredaron en ella. Las
dos serpientes enredadas en la vara se convirtieron en el símbolo más
representativo de este dios, llamado el caduceo.
Es cierto que
Mercurio es una de las figuras más importantes de todo el panteón romano. Su
facilidad para los robos y engaños le valió el título de dios de ladrones. Dios
de los comerciantes, protector de los caminos y guía de los viajeros, también
es el dios que acompaña a las almas en su último viaje, por ello es lo los
pocos que pueden entrar y salir del inframundo sin tener que dejar ningún óbolo
al barquero, no necesitaba esa formalidad.
A este Dios le
debemos la herencia de los miércoles, día de Mercurio (dies Mercurii), a pesar de ello aún guardo, de forma rencorosa, el
recuerdo del día que me sustrajo mi arco y mis flechas cuando tan solo era un
bebe quedando en una situación tan embarazosa.
Siempre es bueno leer de esta mitología
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